Estas últimas semanas un titular ha encabezado todas las noticias: el retorno de la tensión entre Rusia y Ucrania.

Estados Unidos y los países del antiguo lado occidental del Telón de Acero han empezado a hacerse eco de una posible invasión rusa del territorio ucraniano. Esto se debería porque Moscú consideraría a su país vecino dentro de su zona de influencia y, como resultaría lógico, que este se virase en su contra resultaría perjudicial para sus intereses geopolíticos en la zona, de manera que la forma más rápida y fácil de que esto no ocurra sería instaurando un gobierno prorrusa o, directamente, invadiéndola.

Para preparar Ucrania para una posible invasión, Estados Unidos y el Reino Unido han enviado cientos de toneladas de armas estos días.

Pero… ¿Cómo han llegado a esto los dos países eslavos?

Si bien podríamos poner como inicio lógico el Euromaidán de 2013 o incluso la “Revolución naranja” de 2004, yo propongo por retroceder aún más hasta la disolución de la Unión Soviética en 1991.

Tras la caída del gigante soviético, las repúblicas resultantes adoptaron el sistema capitalista neoliberal que había ganado la Guerra Fría, llevando a una immensa parte de la población a sumirse en la miseria más absoluta. Esto afectaría gravemente a las respectivas sociedades y economías, las cuales sufrirían importantes retrocesos que aún, a fecha de hoy, no habrían recuperado el nivel pre-1991.

Si bien, aún con las penurias de los años noventa, Ucrania ha ido evolucionando hacia una democracia liberal de estilo occidental, el camino no ha estado lleno de baches.

En 1995, Leonid Kuchma llegaría a la presidencia. Aunque durante sus mandatos viviría el declive económico (1995-1999) y su inicio de recuperación (2000-2004), esta última debido a que Kuchma tenía buenas relaciones con la Rusia de Putin y, al empezar a escalar Rusia, empezó a escalar Ucrania. Pero todo empezaría a cambiar a partir del 2000, cuando el “Escándalo Cassette”, el cuál revelaba una grabación donde el mandatario ordenaba secuestrar a un periodista, salió a la luz.

En 2004 sucedería la “Revolución Naranja”, en el contexto de unas elecciones donde Kuchma estaba acusado de corrupción. Esto le haría perder la presidencia en unos turbulentos comicios frente al bloque prooccidental liderado por Víktor Yushchenko, que gobernaría hasta 2010, acercando Ucrania a la Unión Europea y, de rebote, a Estados Unidos.

Anunciando su retirada, arremetió contra el candidato prorruso Víktor Yanukovich que se presentaba a los comicios de 2010. ¿No les suena ese nombre? ¡Exactamente, fue el presidente depuesto por el Euromaidán!

Aún con sus intentos de entrar a la Unión Europea, estas negociaciones se estancaron por la negativa del gobierno ucraniano a liberar a dos disidentes. Durante su mandato, el PIB ucraniano se disparó un 32% como aliviante delante de las tensas negociaciones con la Unión Europea, las cuales no llegaron a materializarse.

Este suceso hizo lanzar a los proeuropeístas a la calle, realizando lo que se conoce como el Euromaidán, los cuales pedían retomar las negociaciones. Las protestas se intensificaron luego de saberse de que Rusia había ofrecido ayuda económica a cambio de romper las negociaciones. Como resultado, Yanukovich fue depuesto y declarado culpable de alta traición; mientras, fue reemplazado por un gobierno interino proeuropeo y posteriormente por un gobierno oficial bajo el mandato de Petró Poroshenko.

Por su lado, las fuerzas prorrusas no se quedaron de brazos cruzados y, vista la dirección tomada, empezaron a mover sus fichas. Dontesk y Lugansk, zonas con un porcentaje muy alto de población que habla ruso, vio este cambio de gobierno como una falta a su integridad, así que se autodeclararon independientes mediante las armas. Crimea, por su parte, realizó un referéndum de la mano con Rusia para decidir su futuro, el resultado del cual fue la anexión pacífica. Este referéndum nunca fue aceptado por la comunidad europea.

Ambos movimientos, el primero bélico y el segundo pacifista, dieron comienzo a la conocida como Guerra del Donbass, donde cerca de 14.000 personas, la mayoría civiles, han perdido la vida.

Volvamos al presente: ¿qué hay de cierto en la posible invasión rusa a Ucrania?

Pues las teorías de lo que puede ocurrir no tienen fin. Algunos hablan del recrudecimiento de la Guerra del Donbass, especialmente en los frentes de Lugansk y Donetsk, zonas que han sido bastante perjudicadas durante estos años; otros apuntan a que se está gestando un golpe de estado por parte de Rusia para deponer al actual líder ucraniano, el excomediante Volodimir Zelenski, e instaurar un gobierno prorruso; e incluso hay quién habla de la entrada del ejército ruso dentro del territorio ucraniano para someterlo al más puro estilo bélico.

¿Podemos fiarnos de esto?

La verdad, yo mismo me posiciono en una idea que ha perdido fuelle frente a las anteriores: la de que no va a ocurrir nada. Para ello, me he basado en lo siguiente:

Las fronteras de Rusia se han visto amenazadas unas pocas veces desde que Putin llegó al gobierno. Lo más reciente aún resuena en nuestras cabezas: la crisis bielorrusa y la kazaja.

La primera fue rápidamente puesta en evidencia al descubrirse que tenía conexión con el envenenamiento de Navalny a través de una intercepción de una llamada de dos supuestos agentes extranjeros. Esta teoría se reforzaría al ir desmantelando el servicio de inteligencia ruso nuevas pistas sobre lo ocurrido.

La segunda, todavía muy reciente, sigue siendo objeto de debate, pero algunos empiezan a entrever una mano extranjera, como el propio mandatario kazajo advirtió mientras las protestas de desarrollaban.

Vistas las circunstancias, que Rusia esté preocupada por la seguridad, no de su área de influencia (que también), sino de sus propias fronteras resulta lógica. De aquí que, a la llegada de cargamentos de armas para el gobierno ucraniano proeuropeísta, Rusia haya optado por reforzar la presencia militar en sus fronteras, dando pie a que los países occidentales hagan voces de una posible invasión rusa.

Aún así, otro dato más que reforzaría este punto de vista es la negativa constante de Rusia a tener planes de tan siquiera poner un pie dentro de las fronteras ucranianas. Esto, que quizás resulte poco convincente, se vería respaldado por el propio gobierno ucraniano, quien desmiente cualquier posibilidad de invasión por parte de Rusia y pide rebajar la tensión; e incluso un candidato opositor tachado de prorruso y acusado de ser el títere que utilizaría el gigante eslavo en caso de un golpe de estado, el cual afirma no poder entrar en Rusia y que los activos de sus empresas ahí siguen confiscados.

De todos modos, resultará muy interesante lo que pueda pasar a lo largo de estas semanas respecto a este tema, así que se deberá estar muy atento a los diferentes movimientos que se realicen y, sobretodo, juzgar cada noticia que nos llegue para no caer en las “Fake Nwes”.

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